Ignorando a Casandra



"La historia nunca se repite, pero rima".
(Mark Twain)



    Han transcurrido ya dos años desde que, tras la invasión de Ucrania por parte de Rusia, compartí en este blog mi particular teoría sobre el inminente estallido de una tercera guerra mundial, precedida del asesinato violento del papa Francisco.

    Dos años después, parece evidente que el riesgo de una guerra nuclear es mayor que nunca. Existen dos razones fundamentales que me llevan a temer que este conflicto sea inevitable, y ambas presentan inquietantes paralelismos con los momentos previos a la primera guerra mundial.

    La primera de estas razones tiene un trasfondo psicológico, del que me ocuparé más tarde. La segunda se inscribe en el ámbito de la geopolítica, y se relaciona con un fenómeno que ya vimos antes de 1914: la intensa lucha entre las grandes potencias por el control de las rutas estratégicas que definen el mapa del poder mundial. Tanto es así que podría decirse que esa lucha ha sido la causa directa de todos los conflictos que hemos vivido en los últimos años, o al menos ha sido el trasfondo de los mismos.

    Pero comencemos por 1914 y los acontecimientos que nos llevaron a la gran guerra europea.


La primera guerra mundial: el ferrocarril Berlín-Bagdad


    Si bien es sabido que la causa que provocó de forma directa la primera guerra mundial fue el asesinato en Sarajevo del heredero de la corona del imperio austrohúngaro, el archiduque Francisco Fernando, no tanta gente es consciente de que las tensiones imperialistas entre las grandes potencias que desembocaron en aquel atentado tuvieron su origen en la disputa por el control de las rutas estratégicas, y más concretamente en la construcción del ferrocarril Berlín-Bagdad, una iniciativa del imperio alemán para conectar su territorio con el imperio otomano.

    En 1914 Alemania se encontraba en plena expansión industrial y necesitaba acceso a recursos y mercados, lo que chocaba con la hegemonía comercial y colonial británica. El ferrocarril Berlín-Bagdad, proyectado a finales del siglo XIX, evitaría los mares dominados por la Royal Navy y la dependencia de las rutas marítimas controladas por Reino Unido y Francia al conectar Berlín con el Golfo Pérsico atravesando regiones estratégicas de Europa y Oriente Medio. Así, Alemania tendría acceso a un recurso de suma importancia como el petróleo, al tiempo que fortalecería su influencia alemana en Oriente Medio. El imperio otomano colaboró de buen grado con un proyecto que por un lado reforzaría su control sobre las provincias más alejadas del imperio mientras que por otro la inversión alemana le permitiría modernizar su infraestructura y economía.




    Pero el proyecto representaba una amenaza directa a los intereses estratégicos del resto de grandes potencias europeas. El Reino Unido temía que el ferrocarril amenazara sus rutas marítimas hacia la India (su "joya de la corona"), y veía cómo la creciente influencia alemana en Oriente Medio ponía en riesgo su control del Golfo Pérsico. Rusia, por su parte, percibía el proyecto como una amenaza a su acceso al estrecho del Bósforo, esencial para que Rusia pudiera llegar al Mediterráneo. En cuanto a Francia, aliada del Reino Unido y rival histórico de su vecino alemán, temía la expansión del poder de Alemania en Europa y lo veía como un riesgo contra el equilibrio de poder en Europa, que se había mantenido estable desde el fin de la guerra franco-prusiana de 1870.

    No todas las potencias europeas se oponían al proyecto: el imperio austrohúngaro lo apoyaba porque la línea Berlín-Bagdad también atravesaría los Balcanes, lo que reforzaría su influencia en una región considerada clave para la influencia rusa en el sur de Europa. Por esa misma razón Rusia, que apoyaba a los pueblos eslavos de los Balcanes, creía que el ferrocarril suponía una intrusión alemana en su área de influencia.

    El denominado con frecuencia "avispero de los Balcanes" era una región sumamente inestable debido a los conflictos nacionalistas, y cuando en 1914 el archiduque Francisco Fernando, heredero de la corona del imperio austrohúngaro, fue asesinado por Gavrilo Princip, un joven nacionalista bosnio que aspiraba a que todos los pueblos eslavos balcánicos se uniesen en torno a Serbia (que se oponía al dominio austrohúngaro y al ferrocarril, alineándose con Rusia), estalló por fin la guerra.


La guerra de Ucrania (I): Crimea


    Al igual que en los análisis históricos sobre el inicio de la primera guerra mundial se tiende a destacar el atentado de Sarajevo y a pasar por alto el trasfondo imperialista asociado al ferrocarril Berlín-Bagdad, en el caso de la invasión de Ucrania en 2022 también se han ignorado en gran medida los factores geopolíticos subyacentes, como por ejemplo el valor estratégico de la península de Crimea.

    La ubicación de Crimea en el Mar Negro le confiere una relevancia militar, geopolítica y económica extraordinaria. Alberga la base militar rusa de Sebastopol, esencial para la proyección marítima de Rusia en el Mar Negro y, a través del estrecho del Bósforo, en el Mediterráneo. No es casualidad que, tras el golpe de Estado de 2013 promovido por la UE y EE UU, que instaló en Ucrania un régimen tan favorable a los intereses occidentales como hostil hacia Rusia, Moscú respondiera rápidamente promoviendo un referéndum de autodeterminación en Crimea, cuyo resultado (la independencia de Crimea respecto a Ucrania y su anexión a Rusia) era, en ese contexto, más que predecible.




    En agosto de 2021, Ucrania organizó en Kiev la "Plataforma de Crimea", una cumbre internacional que reunió a representantes de más de 40 países y organizaciones internacionales en la órbita de la OTAN. El objetivo declarado de la plataforma era recabar apoyo internacional para la eventual recuperación de Crimea, sin descartar la vía militar para lograrlo. A nadie se le puede escapar que cualquier maniobra militar de Ucrania para recuperar Crimea hubiera supuesto una guerra directa con Rusia, lo que plantea el interrogante de hasta qué punto la iniciativa de crear la Plataforma de Crimea pudo influir en la decisión de Rusia de invadir Ucrania en 2022.


La guerra de Ucrania (II): Nord Stream


    Ucrania ha sido históricamente un país clave para el tránsito del gas ruso hacia Europa, obteniendo significativos ingresos por las tarifas asociadas a este transporte. Sin embargo, para reducir su dependencia de las rutas a través de Ucrania, Rusia desarrolló, en colaboración con Alemania, el proyecto Nord Stream, un gasoducto estratégico inaugurado en 2012 que conecta directamente a ambos países a través del mar Báltico. El Nord Stream no solo garantizaba el suministro de gas ruso a Alemania, fortaleciendo la cooperación energética entre Rusia y la UE, sino que también abría la posibilidad de profundizar los vínculos comerciales y políticos entre ambas partes. Esta situación generó preocupación tanto en Ucrania, que veía peligrar su posición económica y estratégica, como en EE UU, que buscaba mantener la dependencia política, económica y militar de la UE hacia su esfera de influencia.




    El proyecto, pues, se convirtió en un foco de tensiones entre Rusia, Europa y EE UU, que aumentaron aún más con su ampliación mediante la construcción del Nord Stream 2, un gasoducto gemelo del primero e inaugurado apenas unos meses antes de la invasión rusa de Ucrania en 2022. Desde principios de 2021, Estados Unidos emitió numerosas advertencias y amenazas públicas contra Alemania y el proyecto, argumentando que el Nord Stream 2 incrementaba la influencia de Rusia en Europa. Estas tensiones culminaron en septiembre de 2022 con un sabotaje mediante explosiones submarinas que destruyeron ambos gasoductos, interrumpiendo de manera definitiva su operatividad.


El conflicto en Siria: la guerra de los gasoductos


    Siria se encuentra en un enclave geográfico que conecta Europa, Asia y África. Esta posición central le otorga un valor especial como corredor potencial para oleoductos y gasoductos que busquen llegar al Mediterráneo desde la Península Arábiga o Irán. Además, y a diferencia de tantos países de la región que son continentales o con salidas restringidas al mar, Siria cuenta con una costa en el Mediterráneo, lo que facilita la exportación de recursos energéticos por vía marítima hacia Europa, donde la demanda de gas y petróleo es elevada.

    En 2009 se presentó la propuesta del gasoducto Qatar–Turquía, que partiría de los yacimientos de Qatar (en el Golfo Pérsico) y atravesaría Arabia Saudí, Jordania y Siria para llegar hasta Turquía y de ahí a Europa. El proyecto despertó el interés de occidente por cuanto representaba una alternativa de suministro de gas a Europa que reducía la dependencia de ésta del gas ruso. Paralelamente Irán propuso en 2010 otro proyecto de gasoducto que, partiendo de sus propias reservas de gas, cruzaría Irak y Siria hasta llegar al Mediterráneo y a Europa. El gobierno sirio, aliado de Rusia (que mantiene una base naval en Tartús, en la costa siria, que le da acceso al Mediterráneo), se inclinaba hacia esta última iniciativa. 

    Todo ello seguramente explique el estallido de la guerra civil siria en 2011, tras la aparición en el país de varias organizaciones yihadistas armadas (ISIS, Al Qaeda, Al Nusra) apoyadas por occidente, los países del Golfo, Israel y Turquía.




    Tanto el proyecto del gasoducto Qatar-Turquía como el del gasoducto Irán-Siria fueron abandonados precisamente a causa de la prolongación y enquistamiento de un conflicto que, tras 13 años de destrucción y muerte, ha finalizado en 2024 con el derrocamiento del gobierno sirio y su sustitución por un nuevo gobierno formado por las organizaciones yihadistas apoyadas por occidente.


El genocidio palestino: el IMEC


    El Corredor India-Oriente Medio-Europa (IMEC) es una nueva vía comercial que conectará a India con el puerto griego del Pireo a través de Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudí, Jordania y el puerto israelí de Haifa. Constituye la alternativa patrocinada por EE UU al puente terrestre euroasiático que conecta a China con Europa a través de Rusia y Bielorrusia (la llamada "Nueva Ruta de la Seda").




    El IMEC se presentó oficialmente el 9 de septiembre de 2023, en el marco de la Cumbre del G20 celebrada en Nueva Delhi, cuando India, EE UU, la UE, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Jordania e Israel firmaron un memorando de entendimiento para impulsar el proyecto. Sólo un mes después se produjeron los ataques del 7-O por parte de las organizaciones armadas palestinas contra Israel, quien a continuación inició una labor de destrucción de todo Gaza y una masacre sistemática en dicho territorio que se ha cobrado ya más de 45.000 víctimas.

    No cabe duda de que para el éxito de un proyecto de la magnitud del IMEC, con todas sus implicaciones económicas y geopolíticas, se hace indispensable una mínima estabilidad en Oriente Próximo, lo que implica necesariamente poner fin de forma definitiva al conflicto palestino-israelí. Algo que el gobierno de Israel parece haber decidido llevar a cabo de forma unilateral y con sus propias condiciones, eliminando a Gaza de la ecuación incluso aunque sea mediante la limpieza étnica de su población palestina.


* * *


    La conexión entre todos estos eventos subraya la importancia de entender los factores geopolíticos profundos que condicionan los conflictos internacionales. Ya hemos visto que no es una dinámica nueva, y que del mismo modo que la pugna por el control de las rutas comerciales desembocó en una guerra mundial que causó diez millones de muertos y la destrucción del continente europeo, la actual competencia entre las grandes potencias amenaza con llevarnos a un nuevo conflicto global, pero esta vez con un potencial destructivo infinitamente mayor que el de hace un siglo. Comprender este paralelismo histórico no solo es crucial para anticipar los riesgos que enfrentamos, sino también para reflexionar sobre los caminos alternativos que podrían evitar la repetición de una gran tragedia como es una guerra mundial. 


La Belle Époque


    Como mencioné al inicio de este artículo, el paralelismo entre nuestra época y los años previos a la primera guerra mundial no se limita sólo al ámbito geopolítico, sino que también abarca el terreno psicológico. En efecto, en ocasiones la psicología de masas puede, al menos en parte, arrojar cierta luz sobre los acontecimientos que marcan el curso de la historia de la humanidad.

    Por ejemplo, el fin de la guerra franco-prusiana en 1871 inauguró un período de paz de más de cuarenta años en Europa conocido como la Belle Époque, una etapa en la que el imperialismo capitalista, la industrialización y el desarrollo de la ciencia y la tecnología dieron origen a una generación de europeos que tenían una confianza ciega en el futuro. Para ellos, los desastres de los siglos pasados ya habían quedado atrás, y ahora sólo quedaba disfrutar del progreso y avance de la humanidad.

    Eso explica por qué los líderes políticos de aquella generación, desconocedores de las grandes guerras del pasado, no tuvieron reparos en llevar a Europa a la primera guerra mundial, y por qué en 1914 la población de los países implicados se alistó en masa para ir al frente: era una generación que no tenía miedo alguno a la guerra.

    Lamentablemente aquella Europa sufriría en el breve espacio de 25 años dos guerras mundiales y sus terribles consecuencias: muertes masivas, enfermedades, hambre, y la destrucción de nuestro continente en dos ocasiones diferentes. Fue más que suficiente para causar una honda impresión traumática en la siguiente generación de europeos.

    Es por ello que quienes gestionaron la guerra fría entre 1945 y 1991 se cuidaron mucho de que las relaciones internacionales se deteriorasen lo suficiente como para llegar a un punto de no retorno. A pesar de algún momento histórico concreto en el que las circunstancias se volvieron ciertamente complicadas (la crisis de los misiles cubanos de 1962), en general aquella generación estaba aterrada por la posibilidad de que estallase un nuevo conflicto de alcance global, sobre todo teniendo en cuenta la doctrina MAD: el carácter sumamente destructivo de las nuevas armas nucleares y la respuesta inmediata de cada bloque una vez que el otro bando lanzase sus armas nucleares conllevaría la aniquilación total y segura tanto de la OTAN como de la URSS en el caso de una tercera guerra mundial.


El colectivo inconsciente


    Sin embargo, ahora nos encontramos con una nueva generación de europeos que no ha vivido los dos conflictos mundiales ni sus consecuencias, y que sólo conoce la guerra a través de los films de Hollywood y los videojuegos. Una generación que sí ha vivido la caída del muro de Berlín y la implosión de la URSS; la globalización capitalista y su triunfo por prácticamente todo el planeta; las ideas sobre el fin de la historia de Fukuyama; el Estado del Bienestar y todo tipo de avances económicos y sociales; el desarrollo de los enormes adelantos científicos y tecnológicos de las últimas décadas, como los ordenadores o internet; así como la aplastante superioridad militar de la OTAN en todo tipo de conflictos sin prácticamente oposición alguna: Yugoslavia entre 1991 y 2001, Irak en 1991 y 2003, Afganistán en 2002, Libia en 2011…

    Se trata de una generación que, como en la Belle Époque, está encantada de haberse conocido. Piensa que vive en el mejor de los mundos posibles, y está convencida tanto de la infalibilidad y superioridad de lo propio como del desprecio a lo ajeno. Ni siquiera la crisis de 2008 o la del COVID-19 sirvieron para hacer cambiar esa idea lo más mínimo a esta generación, que, como en 1914, cree que el progreso no se interrumpirá y que cualquier enemigo, por muy poderoso que pueda ser, no tendrá otro destino que una derrota asegurada.

    Si Jung hablaba del inconsciente colectivo, hoy nos encontramos más bien con un colectivo inconsciente del que han surgido unos nuevos líderes desconocedores de las grandes guerras del pasado, y que están deteriorando al máximo las relaciones internacionales con el fin de que estalle un conflicto global, lo cual tampoco parece importarle lo más mínimo a la sociedad europea. Ha desaparecido todo miedo a la guerra y, al igual que en 1914, el discurso belicista (contra Rusia, contra China, contra Irán…) se extiende entre la clase política europea y los medios de comunicación. Así, si los Verdes alemanes era un partido pacifista que en la década de 1980 organizaba protestas contra la instalación de misiles de medio alcance en Europa, una vez llegados al gobierno alemán en 2024 se muestran partidarios de enviar misiles de largo alcance a Ucrania para que ésta pueda usarlos contra Rusia. Y no es una posición política precisamente aislada en Europa: el pasado mes de septiembre, el Parlamento Europeo aprobó por una aplastante mayoría (425 votos a favor, 131 en contra y 63 abstenciones) una resolución instando a los países de la UE a permitir que Ucrania emplee las armas suministradas por occidente contra objetivos militares rusos en el propio territorio de Rusia.

    Los líderes europeos parecen dar por hecho que la posibilidad de una guerra nuclear es remota, y aun en el caso de que la hubiese… bueno, saldremos de ésta con total seguridad, como siempre lo hemos hecho. Ni siquiera tienen un plan B, porque no conciben que puedan estar equivocados. Quizás no sean conscientes de que la sociedad europea de 1914 también creía que la inmolación de Europa era imposible. Al fin y al cabo, el Káiser Guillermo II de Alemania, el Rey Jorge V del Reino Unido y el Zar Nicolás II de Rusia eran primos y tenían una relación cercana debido a sus lazos familiares. Tanto es así que mantenían una correspondencia fluida en la que se dirigían entre sí con apodos cariñosos ("Willy", "Georgie" y "Nicky") que reflejaba su estrecha y cordial relación. Sin embargo, ni siquiera esas relaciones amistosas lograron evitar el desastre de la primera guerra mundial; porque la propia dinámica política y militar la hizo imposible de parar. "Todo está perdido", dicen que exclamó el emperador austríaco Francisco José I cuando su país declaró la guerra a Serbia y activó las alianzas militares que arrastrarían a Europa al desastre. La frase refleja el sentimiento de un monarca que entendía que el conflicto estaba ya fuera de su control y que marcaría el principio del fin para su imperio. Él sabía que era el fin, su propio fin... y aun así dio el paso.

    Mi abuelo, que vivió la guerra civil española en primera persona, me contaba cuando yo era niño que en los años inmediatamente anteriores a 1936 se percibía en el ambiente la belicosidad y agresividad de los partidos políticos españoles: "unos y otros estaban deseando romperse la cabeza -decía-, y no pararon hasta que se la rompieron". Hoy experimento una sensación muy parecida al comprobar la creciente hostilidad de los gobiernos occidentales contra otras superpotencias como Rusia y China, con la diferencia de que esta vez, a diferencia de 1914 y 1936, "rompernos la cabeza" implicaría la destrucción completa del mundo tal y como lo conocemos. "No sé qué armas se usarán en la tercera guerra mundial, pero puedo decirle cuáles se usarán en la cuarta: ¡piedras!", dijo Einstein en una entrevista en 1949.




    Ahora, más que nunca antes, necesitamos cuestionar las narrativas que promueven la división y la confrontación. En última instancia, evitar un conflicto global no solo requiere líderes sabios y responsables, sino también sociedades conscientes, informadas y comprometidas con la paz. Al mirar hacia 1914 vemos un espejo inquietante, pero también, quizá, una oportunidad para actuar de otra manera y romper el ciclo de confrontación.

    Depende de nosotros decidir qué rumbo tomar.



©JRGA

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