¿Existió Jesús?

    


    A finales del siglo XVIII, y a partir del clima anticlerical surgido a partir de la revolución francesa, apareció una corriente de historiadores que comenzaron a poner en duda la existencia de Jesús. Todavía hoy algunos autores insisten en la idea, aduciendo que no hay pruebas arqueológicas de la existencia de Jesús sino únicamente testimonios de segunda o tercera mano por parte de gente que no lo conoció. Según ellos fue un personaje fabuloso inventado por los primeros cristianos, tal vez con el fin de sustentar una nueva religión mediterránea basada en el sincretismo entre judaísmo y paganismo.

    Uno de los recursos habituales entre quienes mantienen esa tesis es comparar los principales hitos de la vida de Jesús (su nacimiento milagroso, su ministerio público, sus curaciones sobrenaturales, su crucifixión y su resurrección) con los de otras figuras paganas de la antigüedad.

    Y es indudable que, a grandes rasgos, existen grandes paralelismos entre Jesús y otras figuras míticas como Osiris, Hércules o Apolonio de Tiana... pero también con otras figuras históricas de cuya existencia nadie duda, como Alejandro Magno o el emperador Vespasiano. Es decir, la existencia de elementos comunes con la supuesta vida de determinados seres mitológicos no demuestra en absoluto la inexistencia de Jesús, como tampoco demuestra la inexistencia de Alejandro Magno y Vespasiano.

    Por otro lado, una gran parte de los paralelismos que en ocasiones se establecen para afianzar tal argumento suelen ser directamente falsos. Por ejemplo, se afirma que muchos otros personajes mitológicos de la antigüedad nacieron de una virgen, pero no es verdad: si bien es cierto que hace miles de años abundaban los mitos sobre concepciones y nacimientos extraordinarios, siempre se producían después de que la madre en cuestión hubiera tenido algún tipo de experiencia sexual de carácter divino o en la que interviniese algún dios o ser sobrenatural, sin que jamás se diese un embarazo sin sexo alguno y manteniendo la virginidad intacta.

    En cuanto a las pruebas arqueológicas de la existencia de Jesús, es cierto que no disponemos de ninguna, como tampoco las tenemos de Flavio Josefo o de Filón de Alejandría, por nombrar a dos judíos famosos del siglo I, sin que eso signifique que podamos dudar de la existencia de Josefo o de Filón.

    Y finalmente también es cierto que no nos ha llegado ningún escrito del propio Jesús (como sí los tenemos de Josefo o de Filón), algo normal teniendo en cuenta que la inmensa mayoría de la gente de aquella época era ágrafa. Lo raro hubiese sido que Jesús hubiese escrito algo, a diferencia del 90% de sus coetáneos.

    Sin embargo, Jesús es, después de Josefo (y porque tenemos sus propios escritos), el judío palestino del primer siglo cuya existencia está mejor acreditada. De él tenemos cuatro biografías (los evangelios) escritas en diferentes momentos y lugares por diferentes personas de la siguiente generación a Jesús. No existe ningún otro personaje de la Palestina del siglo I (ni siquiera el sumo sacerdote Caifás o el gobernador romano Poncio Pilato) del que tengamos nada menos que cuatro biografías escritas en una época tan cercana a la suya.

    Es cierto que los evangelios fueron escritos por autores que jamás conocieron a Jesús y que vivieron mucho después de los hechos narrados en sus obras. El evangelio más antiguo es el de Marcos, redactado en torno al año 70 (aunque el estudioso español José O´Callaghan Martínez sostenía que el papiro 7Q5, proveniente de los famosos rollos del Mar Muerto descubiertos en 1947 en las cuevas de Qumram y datado en una fecha no posterior al año 50, es un fragmento de dicho evangelio), y ya entre los años 80 y 90, según la opinión mayoritaria de los estudiosos, se escribirían los evangelios de Mateo y Lucas. En cuanto al evangelio de Juan, se cree que se escribió entre el año 90 y el 100 y con toda seguridad antes del año 125, que es la fecha en la que se cree que se redactó el texto evangélico más antiguo que se ha descubierto: el papiro P52, hallado en Egipto en 1920 y que contiene un pequeño fragmento del cuarto evangelio.

    Eso significa que los evangelios se escribieron entre 40 y 90 años después de los hechos narrados en ellos. No es poco, desde luego. No obstante, hoy sabemos que los evangelios no surgieron de la nada, sino que se redactaron utilizando diversas fuentes anteriores a ellos, algunas de ellas quizás muy antiguas: las llamadas Q, M, L, y las diversas fuentes a las que recurrió el autor del cuarto evangelio.

    Disponemos también de las demás fuentes del Nuevo Testamento: otros doce autores (aparte de Marcos, Mateo, Lucas y Juan), ninguno de los cuales conocía los evangelios salvo quizás el autor de las cartas de Juan, que pudo haber conocido el cuarto evangelio. De entre todos esos autores del NT, la fuente histórica más interesante a la hora de abordar el estudio de Jesús de Nazareth (y la más antigua de todas las existentes) son las epístolas paulinas, es decir, las cartas que escribió Pablo de Tarso. En el Nuevo Testamento se recogen trece, de las cuáles sólo siete son consideradas auténticas por los estudiosos. Se estima que se escribieron entre el año 51 y el 58 d.C., es decir, entre veinte y treinta años después de la muerte de Jesús, y no nos dan mucha información sobre éste. Los únicos datos que aporta son que el nazareno fue una persona real ("nacido de una mujer", dice), que tuvo discípulos, que fue crucificado y que resucitó de entre los muertos. Al fin y al cabo, Pablo no llegó a conocer personalmente a Jesús, por lo que no podía tener mucho conocimiento directo sobre él. Sí que conoció a Pedro y a otros apóstoles, por lo que las epístolas paulinas nos sirven para demostrar la existencia histórica real de tales personajes e, indirectamente, del propio Jesús.

    Por último, también disponemos de las fuentes cristianas ajenas al Nuevo Testamento: la Primera Epístola de Clemente o los documentos que componen la Didaché.

    En total estaríamos hablando de unos 25 autores, y eso sin contar los autores de las fuentes en las que se basaron los evangelios (otros seis o siete) y las fuentes en las que se basó el libro de Hechos de los Apóstoles, que también fueron diferentes.

    No obstante, la objeción obvia a toda esta profusión de fuentes históricas es que todas ellas son cristianas. Por ello es importante tener en cuenta que también disponemos de fuentes históricas no cristianas que mencionan a Jesús. La más importante de ellas es el llamado Testimonio Flaviano. Flavio Josefo era un historiador judío romanizado en cuya obra, escrita a finales del siglo I, encontramos el siguiente pasaje:

    "Por este tiempo apareció Jesús, un hombre sabio [si es que es correcto llamarlo hombre, ya que fue un hacedor de milagros impactantes, un maestro para los hombres que reciben la verdad con gozo], y atrajo hacia él a muchos judíos [y a muchos gentiles, además. Era el Cristo]. Y cuando Pilato, frente a la denuncia de aquellos que son los principales entre nosotros, lo había condenado a la cruz, aquellos que lo habían amado primero no le abandonaron [ya que se les apareció vivo nuevamente al tercer día, habiendo predicho esto y otras tantas maravillas sobre él los santos profetas]. La tribu de los cristianos, llamados así por él, no ha cesado de crecer hasta este día". (Antigüedades judías, 18, 3, 3).

    Los fragmentos del texto que he colocado entre corchetes son aquellos que sabemos que Josefo no pudo haber escrito (¿un judío reconociendo a Jesús como el Mesías?), y que han hecho negar a algunos autores la autenticidad del pasaje completo. Pero es dudoso que un falsificador cristiano se inventase un pasaje en el que se denomina "hombre" a Jesús para a continuación corregir tal denominación ("si es que es correcto llamarlo hombre"), o en el que se califica a los cristianos de "tribu", con ese matiz despectivo. Parece mucho más probable que el pasaje contenga un núcleo original de Josefo (el texto en cursiva) que posteriormente sufriría la alteración de un copista cristiano que decidió interpolar el texto restante.

    En todo caso, la primera referencia histórica que tenemos del Testimonio Flaviano es de Eusebio, que se refiere a él en su obra Historia de la Iglesia, en el año 324. Por tanto, si el testimonio es todo él una falsificación, ésta tuvo que haberse confeccionado antes de esa fecha.

    En la misma obra de Josefo, un poco más adelante, se vuelve a mencionar a Jesús en relación a su hermano Santiago, en un pasaje de cuya autenticidad nadie duda:

    "(...) Ananías era un saduceo sin alma. Convocó astutamente al Sanedrín en el momento propicio. El procurador Festo había fallecido. El sucesor, Albino, todavía no había tomado posesión. Llamó a juicio al hermano de Jesús, quien era llamado Cristo, cuyo nombre era Jacobo, y con él hizo comparecer a varios otros. Los acusó de ser infractores a la Ley y los condenó a ser apedreados (...)". (Antigüedades judías, 20, 9, 1).

    Josefo no es el único historiador de la época que se refirió a Jesús. Por ejemplo, el romano Tácito, en su obra Anales (escrita hacia el año 116), dice:

    "(...) llamados cristianos por el pueblo. Christus, de quien el nombre tuvo su origen, sufrió la pena máxima durante el reinado de Tiberio a manos de uno de nuestros procuradores, Poncio Pilato". (Anales, libro 15, capítulo 44).

También Suetonio, en su Vidas de los doce césares (hacia el año 121), afirma:

    "Dado que los judíos constantemente hicieron disturbios por instigación de Cresto, él [el emperador Claudio] los expulsó de Roma”.

    Finalmente también existen varias referencias a Jesús en el Talmud, una colección de escritos rabínicos judíos redactados entre los siglos III y V, es decir, mucho después del siglo I. Por ejemplo: "En la víspera de la Pascua, Yeshu fue ahorcado. Por cuarenta días antes de que la ejecución tuviera lugar, un heraldo salió y gritó: 'Él va a ser apedreado porque ha practicado la hechicería y atraído a Israel a la apostasía'" (Sanedrin 43a). O: "El Maestro dijo: 'Yeshu practicó la hechicería y corrompió y engañó a Israel'" (Sanedrin 107b). Es probable que algunas de las tradiciones del Talmud se remonten a la época de Jesús, pero es difícil establecer fechas precisas para ellas. En cualquier caso Jesús nunca es mencionado en el núcleo del Talmud, la Mishná, redactada en torno al siglo III, sino que aparece sólo en comentarios sobre la Mishná que se escribieron mucho más tarde. Por tanto, la utilidad del Talmud a la hora de reconstruir la vida de Jesús es muy escasa.

    Mucha gente cree que otra fuente histórica sobre Jesús de Nazareth la constituyen los evangelios apócrifos (“ocultos”, en griego), esto es, aquellos que, a diferencia de los evangelios canónicos, no han sido admitidos como auténticos por la Iglesia Católica. Sin embargo, la inmensa mayoría de ellos se escribieron bastante después que los evangelios canónicos, así que, si bien resultan una fuente interesante a la hora de abordar el estudio del cristianismo primitivo, resultan poco útiles para conocer al Jesús histórico.

    En cualquier caso disponemos de un número poco común de fuentes históricas para conocer a Jesús, algo afortunado e inusual para una persona que vivió hace dos mil años salvo en el caso de un puñado de sus contemporáneos. Y no sólo son fuentes numerosas, además son independientes entre sí: por ejemplo, el autor de Marcos no conoció el documento Q, y probablemente el autor de Juan tampoco había leído los sinópticos (Marcos, Mateo y Lucas), y ninguno de ellos parece conocer las cartas de Pablo, que es a su vez nuestra fuente más antigua. Tampoco es probable que Josefo o Tácito conociesen ninguna de las fuentes anteriores. Además, hay razones muy sólidas para pensar que todas estas fuentes se remontan a tradiciones orales que habían estado en circulación durante décadas antes de ser escritas.

    El resultado, incluso sin tener en cuenta las tradiciones orales, es que diferentes personas en diferentes partes del mundo con diferentes orígenes y diferentes perspectivas y diferentes puntos de vista y diferentes teologías, todas ellas de manera independiente, contaron historias sobre Jesús. ¿Cómo es eso posible, si ese hombre nunca existió? Si estas fuentes son independientes unas de otras, ¿cómo se las arreglaron todas para contar tales historias sobre Jesús? En muchos casos se trata de historias muy similares: por ejemplo, que vino de Nazaret, que fue bautizado, que tenía hermanos, que tuvo doce discípulos, que habló sobre el reino de Dios, que contó parábolas, que usó imágenes agrícolas en su enseñanza, que fue crucificado por Poncio Pilato, etc. Si únicamente dispusiéramos de una sola fuente podríamos llegar a pensar que el autor se lo inventó todo, pero tenemos mucho más que eso.

    Por otro lado, la idea de que Jesús de Nazareth no fue un personaje histórico real sino una invención posterior plantea más interrogantes que los que resuelve.  Por ejemplo, ¿por qué un grupo de judíos del siglo I inventaría a un Mesías que todo el mundo sabía que era de la oscura aldea de Nazareth pero que según la tradición debía ser de Belén, para luego tratar de vincularlo a Belén con diferentes historias contradictorias? ¿Inventaría alguien un Mesías del que todo el mundo conocía su bautismo por Juan, para a continuación tratar de rebajar la ascendencia de éste sobre ese Mesías, haciéndole decir que “alguien más grande vendrá después de él”, alguien de quien “no es digno de abrocharle las sandalias”? ¿Tiene sentido fabricar un Mesías cuya vida transcurre de forma muy diferente al Mesías esperado y que además muere crucificado sin alcanzar a reinar? Por entonces había diferentes expectativas sobre qué tipo de persona sería el Mesías, pero el denominador común en todas ellas es que sería una figura de grandeza y poder que gobernaría Israel, nada que ver con un predicador judío que es detenido y condenado a muerte en la cruz…

    Otra posibilidad, claro, es que Jesús no fuese inventado por los primeros cristianos judíos, sino por algún cristiano gentil de habla griega que no estuviese demasiado familiarizado con las expectativas mesiánicas de los judíos. Pero el texto evangélico demuestra que no pudo ser así, porque en él encontramos multitud de expresiones en arameo, e incluso dichos de Jesús que, aunque están escritos en griego, tienen más sentido cuando los traducimos al arameo original en el que debieron ser pronunciados. Eso significa que la tradición en la que se basan ha de tener un origen judío y de Palestina, que es la población que hablaba arameo en aquella época. Además, el hecho de que estas tradiciones de origen arameo se encontrasen esparcidas en multitud de fuentes independientes entre sí antes del momento en que se redactaron los evangelios demuestra también que debieron de surgir relativamente temprano, no mucho después de la muerte de Jesús…

    Es por todas estas razones por las que la inmensa mayoría de historiadores está hoy de acuerdo en que existió un predicador judío de Galilea llamado Jesús, que fue bautizado por Juan el Bautista y crucificado por orden del prefecto romano Poncio Pilato. Y ello con independencia de que la realidad histórica del personaje pueda ser diferente (o no) a la que tradicionalmente nos ha transmitido el cristianismo.

    A ese respecto, intentar averiguar la realidad histórica de Jesús constituye una ardua tarea, toda vez que ninguna de las fuentes con las que contamos proviene de testigos de los hechos que narran, y de hecho se redactaron mucho después de éstos. Además, dichas fuentes, salvo Josefo y Tácito, son cristianas, es decir, interesadas en difundir una determinada visión poco objetiva de Jesús, desde un punto de vista mucho más religioso que histórico. Por si todo esto fuese poco problemático, además las únicas fuentes que ofrecen suficientes detalles sobre la vida y la obra de Jesús de Nazareth son los cuatro evangelios canónicos… que son contradictorios entre sí en múltiples aspectos.

    Por todo ello, el estudio del Jesús histórico resulta fascinante.

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