¡Respira!

    La respiración está tan íntimamente asociada a la vida que en la antigüedad eran conceptos prácticamente equivalentes.

    Por ejemplo, el pneuma en la Grecia clásica designaba tanto la respiración como el espíritu, del mismo modo que los hindúes usan el concepto de prana para referirse tanto a la propia respiración como a una especie de energía vital que impregnaría absolutamente todo (desde los seres vivos a cualquier objeto inanimado) y que constituye el fundamento de la vida y el orden cósmico. Es esa misma energía vital que en China se denomina qi o chi y en Japón ki, palabras que también significan “respiración”. 




    En oriente se considera que el ki debe fluir correctamente en la naturaleza para que ésta se encuentre en armonía, y ese flujo se produce siempre a través de una dualidad cósmica primordial (yin y yang): invierno y verano, día y noche, movimiento y quietud… e inspiración y expiración. La respiración es una forma de absorber ki, que fluye por nuestro cuerpo desde que lo inhalamos hasta que lo exhalamos de vuelta al aire del que provino. Cuando el flujo de ki se interrumpe por alguna razón es cuando aparecen los problemas, desde las enfermedades hasta los desastres naturales.

    La vinculación tradicional entre respiración y energía vital está más que justificada si tenemos en cuenta que todos los seres vivos de este mundo respiramos, esto es, absorbemos oxígeno y desechamos dióxido de carbono. Es un proceso indispensable para la vida por cuanto todas nuestras células necesitan el oxígeno para continuar viviendo, y si cesa la respiración también cesa la vida.

    Además, la respiración está íntimamente relacionada con nuestra salud física y mental. A nadie se le escapa que generalmente respiramos de forma automática, sin necesidad de que tomemos consciencia del proceso para que éste funcione de un modo normal. Es un automatismo tan profundo que la respiración refleja nuestros estados físicos y mentales: cuando nos encontramos en estados fatigosos, excitados o estresados tendemos a realizar una sucesión rápida de respiraciones cortas y superficiales, mientras que cuando estamos relajados solemos respirar de forma más lenta y profunda.

    Lo curioso es que ese reflejo también se da en el sentido contrario: si tomamos consciencia de nuestra respiración y la realizamos de forma lenta y profunda nos invade la calma, pero si decidimos llevar a cabo una ráfaga rápida de respiraciones cortas (o taquipnea) notaremos cierto nerviosismo y cómo se acelera nuestro pulso. La taquipnea va normalmente asociada a la hiperventilación, esto es, una disminución peligrosa de los niveles de dióxido de carbono en nuestra sangre. Por el contrario, una respiración lenta y profunda permite que nuestro sistema cardiovascular trabaje de forma más tranquila y eficiente, lo que genera dos efectos principales: por un lado influye positivamente en el sistema nervioso (íntimamente ligado al sistema circulatorio), relajándolo; y por otro nuestra sangre oxigena mejor (dota de más energía) a todas nuestras células y a los propios órganos formados por éstas. El resultado es un aumento de nuestra salud física y mental. 

    ¿Pero existe alguna manera de aumentar aún más los beneficios de una respiración correcta? Desde luego que sí.

    La respiración normal y habitual, la que realizamos comúnmente todos, es la respiración torácica, esto es, la que realizamos con el pecho: usamos los músculos intercostales para ensanchar el tórax y así conseguir que los pulmones se llenen de aire. Y resulta que, por mucho que consigamos expandir el tórax en nuestra respiración, siempre será una respiración más superficial y pobre que otro tipo de respiración: la respiración abdominal o diafragmática.

    Ésta se realiza contrayendo el diafragma en vez del tórax, con el resultado de que los pulmones se ensanchan más que mediante la respiración torácica y por lo tanto entra aún más aire en ellos y se maximiza la cantidad de oxígeno que llega al torrente sanguíneo. A este tipo de respiración se le denomina en ocasiones como “respirar con el estómago”, dado que en la práctica es perceptible la expansión del estómago cuando se realiza correctamente.

Distintos estudios científicos han demostrado la relación entre este tipo de respiración y el alivio de los síntomas de enfermedades como el estrés, la ansiedad, depresión, hipertensión, asma, insomnio, migrañas y distintos trastornos alimentarios… También ayuda a mejorar el manejo del dolor, lo que mejora la calidad de vida de los pacientes con cáncer, insuficiencia cardíaca o artritis. 

    Ahora bien, siendo algo tan beneficioso cabe preguntarse la razón por la que los seres humanos no respiramos con el abdomen de forma natural. Sorprendentemente, la mayoría de mamíferos realizan una respiración abdominal o diafragmática, y cualquiera que tenga como mascota a un perro o un gato podrá observar cómo su estómago se expande cuando respira. Entonces… ¿por qué los humanos usamos la respiración torácica? 

    Una posible respuesta a este interrogante quizás esté en nuestro bipedismo. Cuando nuestros antepasados homínidos se pusieron en pie sobre sus dos patas traseras, hace varios millones de años, consiguieron con ello indudables ventajas evolutivas, entre ellas la liberación de los miembros superiores o una visión más elevada. Pero también nos generó ciertos problemas, uno de los principales fue la reducción del canal del parto que dificultó los nacimientos y los hizo más dolorosos para la madre. Y otra probable consecuencia negativa del bipedismo fue que el peso de todas nuestras vísceras sobre el diafragma y el estómago nos dificultó en exceso seguir utilizando la respiración abdominal, obligándonos a utilizar para siempre la respiración torácica. 




    Sin embargo, la respiración abdominal, entendida como un método de respiración consciente, probablemente nunca se abandonó del todo, y de hecho en ciertas tradiciones orientales se ha venido usando desde hace miles de años. Por ejemplo, el pranayama y el qigong o chi-kung son técnicas de control de la respiración en las que la respiración abdominal se realiza mediante el hara y se considera esencial para que el ki fluya correctamente por nuestro cuerpo.

    El hara es un curioso concepto médico-filosófico: significa literalmente “abdomen”, pero no tiene nada que ver con nuestro estómago sino con una especie de campo energético corporal. En realidad, se trata de un punto muy concreto situado aproximadamente unos tres dedos por debajo del ombligo, y que se considera que es donde reside la mayor parte de nuestro ki. No por casualidad es nuestro centro de gravedad, y según la concepción oriental es también donde reside nuestra fuerza, equilibrio y estabilidad, algo así como el núcleo de nuestros poderes físicos y mentales. 

    En India se representa simbólicamente al ki alojado en el hara con la figura de la serpiente Kundalini. La Kundalini se encuentra generalmente dormida y enroscada en el hara, y a medida que el individuo va progresando por la vía espiritual la serpiente va despertando de su letargo y comienza a elevarse a través de la columna vertebral hasta alcanzar la cabeza. La leyenda también advierte de que hay que tener mucho cuidado de no despertar a la Kundalini antes de tiempo de una forma brusca, o la serpiente no dudará en mordernos; y las consecuencias de su mordisco serán tan fatales que quien lo experimente puede llegar a sufrir graves dolencias psiquiátricas.




    También al practicar cualquier arte marcial se intenta siempre trabajar desde el hara, no sólo en relación a nuestras posturas, ataques y defensas, sino también respecto a la respiración, que debe ir siempre en sintonía con todos los movimientos del luchador. Cualquier persona sabe instintivamente que la respiración influye en el resultado de cualquier esfuerzo físico (tendemos a aguantar la respiración cuando levantamos un peso, por ejemplo), pero en las artes marciales se considera además que nuestra eficacia en la lucha dependerá de una respiración bien dirigida de forma consciente. De ahí el concepto del kiai, ese grito agudo que se exhala durante la ejecución de un ataque para proporcionar a éste una mayor fuerza (cualquier espectador de un partido de tenis habrá escuchado los gritos de los tenistas cada vez que golpean la pelota con la raqueta), y que es tremendamente poderoso sólo cuando en vez de surgir de la garganta o de los pulmones surge del mismo hara.


©JRGA

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