Magnum Opus

  

    El dios sol, al que en la antigüedad se veneraba como dador de vida y fuente de iluminación, recibía distintos nombres según cada cultura: Helios para los griegos, Shamash para los mesopotámicos, Utu para los sumerios, Inti para los incas, Tonatiuh para los mexicas, Amaterasu para los japoneses… Por lo que respecta a los antiguos egipcios, el culto al dios Ra quedaba patente en la misma arquitectura de sus templos, hasta el punto de que era habitual que éstos estuvieran orientados al oriente (donde nace el sol) o que la luz solar incidiese en determinados puntos del interior del edificio coincidiendo con fechas muy concretas, generalmente en los solsticios y equinoccios. Es un fenómeno que aún podemos comprobar en templos como el de Ramsés II en Abu Simbel, por ejemplo: todos los 22 de febrero y 22 de octubre, aniversarios del nacimiento y la coronación del faraón respectivamente, el sol ilumina durante unos minutos la estatua del faraón y las de los dioses Horus y Amón-Ra, y deja en la penumbra a Ptah, el dios creador apodado “señor de la oscuridad” por los antiguos egipcios. Del mismo modo, en el amanecer del solsticio de invierno la luz solar ilumina el normalmente oscuro santuario del templo de Amón, en Karnak, a través del eje principal del templo. Sin olvidar el famoso templo de Hatshepsut, cuyo principal eje está alineado con el punto en el que nace el sol cada solsticio de invierno, fecha en la que la luz entra a través de la pared trasera de la capilla e ilumina una estatua del dios Osiris.



Iluminación de las estatuas de Ramsés II, Horus y Amon-Ra en el templo de Abu Simbel durante un 22 de febrero.


    Podríamos pensar que estas técnicas arquitectónicas tan peculiares cayeron en el olvido una vez que la civilización egipcia desapareció de la historia, pero sorprendentemente no fue así; muy al contrario, las volvemos a encontrar en multitud de catedrales y edificios sagrados, la mayoría erigidos entre los siglos XI y XIII. No sólo habitualmente fueron orientados hacia el mismo punto cardinal hacia el que se orientaban gran parte de los templos egipcios (el oriente), sino que también incorporaron la misma predilección por los equinoccios y solsticios. Así, por ejemplo, cada solsticio de verano, a las 12 del mediodía, entra un rayo de luz por un pequeño orificio de la nave principal de la catedral de Chartres e ilumina una baldosa del suelo diferente a todas las demás; en la catedral de Estrasburgo, en cambio, es en los equinoccios de primavera y otoño cuando la luz del sol traspasa la vidriera y un misterioso rayo verde ilumina la imagen de Cristo en la cruz en el púlpito.

    En nuestro país tenemos numerosos ejemplos de técnicas similares. Seguramente el más famoso sea el de la catedral de Mallorca, donde cada solsticio de invierno entra la luz del sol naciente por el rosetón mayor y sale por el rosetón opuesto. Algo parecido sucede en la catedral de León durante el solsticio de verano, cuando durante apenas treinta segundos el sol se alinea con el gran óculo de su fachada principal. Ese tipo de juegos de luces asociados a solsticios y equinoccios no es exclusivo de las grandes catedrales, sino que se dan también en otros templos españoles menores y menos conocidos, como en el monasterio de Santa Marta de Tera (Zamora), en el templo románico de Santa María de Obarra (Huesca), en el monasterio de San Juan de Ortega (Burgos) o en la ermita de Santa María de Zumarraga (Guipúzcoa), todos ellos construidos durante la edad media o el renacimiento.



La luz del sol atravesando el rosetón mayor y dirigiéndose al rosetón opuesto en la catedral de Mallorca durante el solsticio de invierno.


    Ahora bien, ¿qué probabilidad había de que los anónimos arquitectos medievales que erigieron esos edificios sagrados incorporasen por mera casualidad en sus construcciones los mismos elementos esotéricos que los antiguos egipcios ya incluían en sus templos miles de años antes? Y si no fue una casualidad… ¿qué conocimiento podían tener los constructores medievales de sus predecesores egipcios? Hemos de tener en cuenta que la egiptología nace en el siglo XVIII, durante la expedición militar de Napoleón en Egipto, y que los europeos de la edad media apenas conocían la civilización egipcia más que por referencias griegas y romanas en las que jamás se mencionaron los detalles de su arquitectura sagrada. Ha sido ya en la segunda mitad del siglo XX cuando se han comenzado a estudiar las alineaciones de los templos egipcios, redescubriéndose todas esas técnicas que los constructores medievales parecían conocer perfectamente.

    Una posible explicación para este misterio quizás resida en la francmasonería, cuyo origen se encuentra precisamente en los constructores medievales de catedrales. En efecto, mucho antes de la masonería especulativa que conocemos hoy, como sociedad iniciática completamente desligada del mundo de la arquitectura, al menos desde el siglo XIV existía una masonería operativa cuyos miembros eran arquitectos y maestros canteros. De hecho, el origen de las logias masónicas modernas se encuentra en los gremios de constructores medievales, que eran depositarios de ciertos conocimientos relativos a su oficio que sólo podían revelar a quienes formaban parte de la profesión. La propia palabra “masón” proviene del francés maçon (“albañil”), y los símbolos de la masonería están relacionados en su mayor parte con la construcción: el compás y la escuadra, el mazo, el nivel, la plomada, la piedra cúbica...



Las Constituciones de Anderson (1723), que marcan el fin de la masonería operativa y el inicio de la masonería especulativa moderna.


    ¿Es posible que el origen de tales sociedades de constructores se remontase a siglos anteriores, incluso a la mismísima civilización egipcia, y que posteriormente se extendieran a Europa a través de Grecia y Roma? Al fin y al cabo tenemos pruebas históricas de que los constructores egipcios disponían de algún tipo de organización propia que no dudaba en defender los derechos de sus miembros cuando lo consideraban oportuno, como demuestra el hecho de que las primeras huelgas documentadas de la historia las protagonizaran los constructores de tumbas reales hacia el año 1166 a. C., bajo el reinado de Ramsés III, a causa de un retraso en el pago de sus sueldos.

    Por otro lado, los símbolos y ritos másonicos contienen ciertos elementos que bien pudieran tener un origen egipcio, lo que constituiría un fuerte indicio de la existencia de una relación entre la masonería operativa y la antigua cultura faraónica. Así, los masones suelen denominarse a sí mismos como “hijos de la viuda”, quizás haciendo referencia a Isis, la esposa del dios Osiris que fue asesinado por su hermano Seth. Es dicho mito el que también podría explicar las ceremonias de iniciación masónicas en las que se representa (a veces utilizando incluso un sarcófago) la muerte simbólica del adepto y su resurrección como signo del fin de su vida profana y el comienzo de su nueva vida como masón, emulando así la muerte y resurrección de Osiris. Sin olvidar que un símbolo habitual en la masonería es el ojo de la Providencia (“el ojo que todo lo ve”), tan similar al Udyat egipcio, el ojo que Horus perdió durante la batalla que libró contra Seth para vengar la muerte de su padre Osiris. No es raro encontrar el ojo masónico encerrado dentro de un triángulo, símbolo frecuente en la masonería y que no es sino el triángulo sagrado egipcio o de Isis.

    Finalmente, y en sintonía con las construcciones egipcias y los templos cristianos, los puntos cardinales también son de gran importancia para los masones, sobre todo el oriente, por ser el lugar en el que nace el sol y por tanto de donde proviene la luz. Esa importancia simbólica del sol (¡tan egipcia!) es lo que explica también que los masones celebren habitualmente los solsticios y equinoccios, los mismos fenómenos astronómicos que sus predecesores medievales y egipcios señalaron en sus templos sagrados.



Interior de la Gran Logia de España, en Madrid.


LA ALQUIMIA


    Pero los antiguos egipcios no sólo fueron unos excelentes constructores, también sobresalieron en el campo de la química. Ya en la época predinástica conocían el proceso para curtir pieles animales, y a lo largo de su dilatada historia realizaron invenciones tan importantes como el mortero de cal, el vidrio o el primer pigmento sintético (el azul egipcio), una mezcla de  sílice, cal, cobre y un álcali, cuyo proceso de fabricación aún hoy desconocemos en gran medida. En definitiva, los amplios conocimientos de los egipcios en materia química les permitieron fabricar productos tan diversos como cosméticos, fármacos, cerámica o cerveza. Y todo ese saber químico, como sucedía con el resto de conocimientos de su cultura (incluyendo también los secretos más profundos de la arquitectura), era guardado celosamente por una casta sacerdotal que sólo permitía que se transmitiese entre sus miembros de generación en generación, tal y como hicieron a lo largo de unos tres mil años.

    Ahora bien, si había un conocimiento que los sacerdotes egipcios ocultaron a los profanos, y que probablemente estaba relacionado tanto con la arquitectura como con la química, era la alquimia. Desconocemos realmente en qué época surgió el arte alquímico, pero sí sabemos con seguridad que ya se practicaba en la Alejandría de la época grecorromana. Para los egipcios, la alquimia provenía de Thoth, el dios egipcio de la sabiduría y escriba del resto de dioses, que los romanos consideraban asimilable a su dios Mercurio y al que los griegos denominaron Hermes Trismegisto (o “tres veces grande”, uno de los títulos egipcios de Thoth).

    Los egipcios creían que Thoth era el autor de todas las obras de ciencia, religión, filosofía y magia. Fue el inventor de la astronomía, la astrología, las matemáticas, la geometría, la agrimensura, la medicina, la botánica, la teología, el gobierno civilizado, el alfabeto, la lectura, la escritura, la oratoria… En resumidas cuentas, Thoth era el verdadero responsable de cada rama del conocimiento.

    La etimología de la palabra “alquimia” proviene del árabe الخيمياء  o al-khīmiyā, que significa “la mezcla”, y algunos eruditos opinan que las raíces de la palabra se remontan al término que usaban los coptos para referirse a Egipto: kēme. Sea como fuere, la práctica alquímica se extendió por la cultura grecorromana en los albores de nuestra era, y a partir de ahí se difundió tanto por el occidente cristiano como por el oriente árabe y musulmán, llegando hasta la India probablemente gracias a las conquistas de Alejandro Magno en Asia, y de ahí hasta China.

    ¿Pero qué es la alquimia? Se trata de un sistema para transmutar los elementos o, más exactamente, para obtener la piedra filosofal (o de los filósofos), esto es, aquella que es capaz de convertir los metales vulgares en metales nobles. El ejemplo clásico siempre ha sido la transmutación del plomo en oro, una hazaña que, por extraño que pueda parecer, la tradición afirma que no pocos alquimistas llegaron a conseguir tras invertir mucho tiempo y esfuerzo. 

    Por desgracia, el lenguaje simbólico y misterioso de los manuales de alquimia nos impide conocer bien los detalles de la compleja operación, y es que tanto la tradición del hermetismo en sí como el adjetivo “hermético” como algo cerrado e impenetrable provienen precisamente de Hermes Trismegisto como padre de la alquimia. Pero, según nos indican literalmente los textos alquímicos, el método de fabricación de la piedra filosofal consistiría en realizar una mezcla perfecta de mercurio y azufre filosóficos (no vulgares) en la que ambos perderían parte de sus propiedades. Se trata de un proceso que los diversos autores representaron con múltiples simbolismos. Por ejemplo, Nicolás Flamel utiliza la figura de un combate entre un águila y un león, durante el cual el águila perdería sus alas y el león su melena; por su parte, Basilio Valentín prefirió que tal lucha simbólica se diese entre un gallo y una zorra, mientras que Cyrano de Bergerac (personaje histórico en quien se basó Edmond Rostand para su famosa obra de teatro) lo representó mediante el duelo de un animal marino como la Rémora y la Salamandra, animal asociado por Aristóteles al fuego. En otras ocasiones, la mezcla del mercurio y el azufre ha sido representada mediante otras figuras literarias que ponen de manifiesto la contraposición de dos elementos contrarios: el sol y la luna o san Jorge y el dragón, por ejemplo. Los alquimistas suelen designar el resultado final de la mezcla del mercurio y el azufre mediante símbolos tales como la “cuadratura del círculo”, el “agua ardiente”, el “fuego húmedo”, o la fusión del hombre y la mujer en un andrógino denominado Rebis (“cosa doble” en latín).



El alquimista en su laboratorio.


    En cuanto al procedimiento en sí, al parecer el trabajo alquímico ha de comenzar siempre en el equinoccio de primavera y debe realizarse en un vaso especial en el que se elabora la mezcla, simbolizado mediante diversas figuras: matraz, vitriolo, huevo o león verde (en contraposición al león rojo ya maduro). A partir de ahí, el compuesto será sometido a la acción del fuego utilizando un horno de atanor especialmente diseñado para proporcionar un calor uniforme y constante. Una vez que el fuego realiza las transformaciones necesarias en la mezcla, el compuesto sufrirá determinadas sublimaciones en la que el alquimista deberá seguir siempre el principio de “solve et coagula”, esto es, disolver y reunir. Dicen los antiguos tratados de alquimia que “si lo fijo sabes disolver, y lo disuelto volatilizar, y lo volátil fijar luego en polvo, tienes motivo de consolación”.

    No obstante, el compuesto deberá pasar por tres fases distintas antes de obtener finalmente la piedra filosofal, que tradicionalmente han sido representadas mediante tres aves de diferente color:

    1- Nigredo: asociado a la disolución y putrefacción del compuesto, que adquiere un color negruzco. Suele representarse con el símbolo del cuervo.

    2- Albedo: el compuesto aparece en forma líquida, de un color blanco intenso y sin impurezas, características asociadas a la destilación, y es simbolizado mediante un cisne.

    3- Rubedo: en esta última fase, asociada a la sublimación, el compuesto queda ya solidificado y de un fuerte color rojo, y suele ser representado mediante la mitológica ave fénix.

    Estas tres fases alquímicas han sido generalmente representadas por los respectivos colores que las caracterizan: negro (o azul oscuro), blanco y rojo; no por casualidad son éstos los tres colores de la bandera francesa, elaborada por el prominente masón Marqués de Lafayette en 1794 (el propio lema oficial de la república francesa, "libertad, igualdad y fraternidad", también es de origen masónico).

    Ahora bien, ¿cuánto puede tardar el proceso de fabricación de la piedra filosofal? Los tratados alquímicos no lo precisan con exactitud, aunque sí dejan claro que ocupa bastante tiempo. Sin embargo hay que tener en cuenta que en la alquimia existen dos procedimientos distintos, la vía húmeda y la vía seca. La más conocida de las dos es la vía húmeda, que es la más larga e ingrata y sin embargo la más practicada; pero existe también una vía seca, de mucho menor esfuerzo y bastante más rápida que la anterior, y que se caracteriza mediante el uso de un fuego mucho mayor. De esta manera, sería posible conseguir en unos pocos días aquello que a través de la vía húmeda se tardaría meses.



Relieve del pilar central de la catedral de Notre Dame en París representando a la alquimia mediante una mujer sentada en un trono y que porta un cetro en una mano y dos libros en la otra (uno abierto y otro cerrado por detrás del primero), y cuya cabeza, a la que se llega mediante una escalera de nueve peldaños, llega a tocar el cielo . 


LA GRAN PIRAMIDE


    El historiador griego Heródoto advirtió que la auténtica tumba del faraón Keops (Jhufu) no se encontraba dentro de la pirámide construida por él, sino debajo de ella, en una cámara subterránea aún desconocida. Esta afirmación implicaría que la función de la Gran Pirámide de Gizeh no era la de servir de tumba, sino alguna otra diferente. En realidad, y como prueba de la práctica de la alquimia en el antiguo Egipto, y de su relación con las construcciones sagradas, existe la posibilidad de que la auténtica finalidad de la pirámide de Keops haya sido precisamente la de servir de templo sagrado en el que los sacerdotes egipcios pudieran realizar trabajos alquímicos, concretamente en su variante de la vía seca.

    Es una idea que surge de forma natural a partir de la mera observación del interior de la pirámide, y de la que se deduce que el sacerdote-alquimista debía llevar a cabo su trabajo mientras realizaba un peregrinaje ritual por sus diferentes estancias. Para empezar, y tras franquear la entrada principal situada en la cara norte de la pirámide, el sacerdote debía atravesar un canal descendente tan bajo de altura (apenas 122 cm) que le obligaba a caminar agachado permanentemente, hasta llegar a más de 30 metros bajo el nivel del suelo. Allí encontraría un pasillo horizontal de nueve metros de largo y de menos de 80 cm de altura, que es necesario recorrer en cuclillas o de rodillas, y que desemboca en la única cámara de la pirámide que está situada en su subsuelo, y por tanto de la más profunda. Está labrada en la propia roca y su forma es completamente irregular y de aspecto primitivo. De ahí probablemente venga su nombre, por otro lado muy apropiado: Cámara del Caos. De la propia cámara surgen dos canales más, uno horizontal de 14 metros y un pozo vertical (hacia abajo) de otros tres metros, pero ambos no llevan a ninguna parte, simplemente terminan de forma brusca. Es probable que el sacerdote iniciase su trabajo alquímico permaneciendo en dicha cámara, en la más absoluta de las penumbras, durante un tiempo determinado. 



Mapa del interior de la Gran Pirámide.


    Una vez superada esta fase, el sacerdote remontaría el canal descendente por el que anteriormente bajó para llegar hasta el canal ascendente. Con unos 37 metros de largo y una altura similar a la del canal descendente, el sacerdote también se vería obligado a recorrerlo en posición agachada hasta llegar a la llamada “Cámara de la Reina”, construida con piedra caliza blanca. La cámara cuenta con dos pequeños canales llamados “de ventilación” en paredes opuestas, y aunque ambos apuntan hacia el cielo, no llegan a alcanzar el exterior de la pirámide. Es de suponer que, al igual que en la Cámara del Caos, el sacerdote pasaría un determinado tiempo en el interior de la Cámara de la Reina realizando sus trabajos alquímicos.

    Tras ello, la siguiente fase consistiría en seguir ascendiendo por el interior de la pirámide a través de la Gran Galería, un pasaje de enormes dimensiones: ocho metros de altura y 47 metros de longitud. El cambio respecto a los anteriores recorridos, pues, es más que apreciable

    La Gran Galería desemboca en la última estancia de la pirámide: la Cámara del Rey, construida con granito rojo. Pero para acceder a ella es necesario hacerlo de cuclillas o a gatas, puesto que su entrada tiene una altura de apenas 80 cm (similar a la de los canales descendente y ascendente). Además, la Cámara del Rey cuenta con una antecámara denominada “cámara de los rastrillos”, en cuyo techo aún pueden observarse tres correderas en las que seguramente se alojarían tres losas de granito que tendrían la función de cerrar por fuera la Cámara del Rey, dejando al sacerdote-alquimista sin poder salir de ella, así como poder introducir o sacar de la misma cualquier objeto sin dejar escapar a su ocupanteEsta posibilidad es tan evidente que incluso ha llegado a circular la teoría de que la Gran Pirámide era en realidad una cárcel. Sin embargo parece más probable que el sacerdote-alquimista simplemente se viese obligado a pasar aquí bastante más tiempo que en las estancias anteriores, por lo que se hacía necesario pasarle comida y bebida (y retirar los desechos, naturalmente) a través de ese mecanismo de apertura de la cámara.



La llamada Cámara del Rey de la pirámide de Keops.


    En cualquier caso la cámara es de forma rectangular y no dispone de ningún mobiliario salvo una gran caja vacía de granito. En ella cabe un cuerpo humano por completo, por lo que tradicionalmente se ha asumido que se trata del sarcófago destinado a alojar el cuerpo del faraón. Y es verdad que sus enormes dimensiones (más de dos metros de largo y un metro de ancho y de alto) hacen imposible que quepa por la estrecha puerta de la cámara, por lo que el sarcófago debió introducirse durante la construcción de la pirámide. O dicho de otra manera: tuviese una función u otra, no cabe duda de que el sarcófago es un elemento esencial de la pirámide.

    Finalmente, y al igual que la Cámara de la Reina, la Cámara del Rey también cuenta con dos canales de ventilación orientados hacia el cielo, y que, esta vez sí, alcanzan el exterior de la pirámide.

    Todos los elementos de la cámara mencionados (rastrillos de entrada, sarcófago y canales de ventilación) resultarían útiles al sacerdote para completar el proceso alquímico y alcanzar por fin su objetivo último: la obtención de la piedra filosofal con la que transmutar los metales.



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