El karate oculto
El dojo kun es un código de conducta en el karate, compuesto por una serie de preceptos morales que deben respetarse en cada dojo (sala de entrenamiento) donde se practica este arte marcial. Por lo general, se encuentra escrito en la pared del dojo, de modo que todos los practicantes puedan verlo y guiarse por él. Existen diversas versiones del dojo kun, ya que varían según los distintos estilos de karate y las numerosas escuelas dentro de cada uno de ellos, pero en lo que respecta al dojo kun de mi escuela particular este es el que seguimos:
“I. Procuraré formar buen carácter.
II. Seguiré el camino de la sinceridad.
III. Educaré mi espíritu con ahínco.
IV. Seguiré el camino de la cortesía.
V. Evitaré excitarme con razón o sin ella”.
A simple vista, estas normas pueden parecer principios morales básicos, pero su aplicación no se limita al karate sino que trasciende a nuestra vida cotidiana. Y esto no es casualidad. El karate encierra múltiples enseñanzas que, aunque en apariencia pertenecen al ámbito de las artes marciales, contienen en su esencia lecciones filosóficas y espirituales mucho más profundas.
Un ejemplo claro lo encontramos en el propio nombre del arte marcial: karate-do, que significa el camino de la mano vacía. En un sentido literal, esta expresión alude al hecho de que el karate se practica sin armas, con las manos desnudas. Sin embargo, en un plano más profundo, la mano vacía simboliza el desapego necesario para el desarrollo espiritual, una idea que conecta directamente con el marco budista en el que se originó el karate.
Otro ejemplo, quizá aún más evidente, es la denominación del estilo de karate más tradicional (y el que practico yo): Goju Ryu, que se traduce como el estilo de lo duro y lo suave. Esta expresión hace referencia a la combinación de movimientos rápidos y contundentes con otros más fluidos y relajados. Pero el significado del nombre va más allá de su aspecto técnico: simboliza el equilibrio que los seres humanos debemos esforzarnos por alcanzar entre dos fuerzas opuestas, comúnmente denominadas dureza y suavidad. Así, en determinadas circunstancias de la vida, será necesario adoptar una actitud firme y agresiva, mientras que en otras convendrá actuar con flexibilidad y paciencia. La clave está en encontrar el punto de equilibrio entre ambos extremos, un principio que se aplica a infinidad de aspectos de la existencia, desde la diplomacia hasta la sexualidad.
En realidad, cualquier observador perspicaz descubrirá en el karate, e incluso en sus propios movimientos físicos, innumerables referencias ocultas al concepto de la dualidad, omnipresente en las filosofías y religiones orientales y representado simbólicamente por el yin y el yang. En occidente, esta idea suele malinterpretarse o comprenderse de manera superficial, reduciéndola a una mera oposición entre el bien y el mal, o en el mejor de los casos, a contrastes más evidentes como alto-bajo o frío-calor. En oriente, sin embargo, su significado es mucho más profundo: la dualidad no es sólo un concepto abstracto, sino el principio fundamental que estructura la realidad misma. Según esta perspectiva, todo el universo está impregnado por la interacción de fuerzas opuestas, cuyo conflicto constante genera el cambio y la evolución del mundo. Se considera un principio surgido del Tao primigenio, que no solo estructura la realidad, sino que la impregna por completo y la impulsa a evolucionar. Es precisamente el conflicto entre fuerzas opuestas lo que da origen a todo lo existente y lo que mantiene en perpetuo cambio el mundo que conocemos.
Curiosamente, esta idea guarda un notable parecido con la teoría de la lucha de contrarios desarrollada por Engels, uno de los pilares del materialismo dialéctico en el marxismo. Para el budismo, sin embargo, el objetivo último del desarrollo espiritual no es aceptar la dualidad, sino trascenderla a través del Camino Medio enseñado por Siddharta Gautama, pues sólo al superar esta oposición fundamental es posible alcanzar la iluminación y, con ella, el Nirvana.
©JRGA
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