El cambio climático (I): catastrofismo
Partamos de tres hechos que no admiten demasiada discusión:
1.La Tierra se está calentando. El calentamiento comenzó a finales del siglo XIX y se ha intensificado especialmente en los últimos 45-50 años. Concretamente, la temperatura media global de nuestro planeta ha aumentado algo más de un grado desde 1880.
2. La causa principal de ese calentamiento se debe al incremento de la concentración de CO2 atmosférico. El CO2 en la atmósfera ha pasado de 280 ppm (0,028%) hace doscientos años a las 423 ppm (0,041%) en la actualidad. El CO2 es un gas de efecto invernadero, por lo que el aumento de su concentración en la atmósfera debería producir un calentamiento de la temperatura del planeta, que es precisamente lo que venimos observando. Por ello, tenemos la certeza de que la mayor parte del aumento de la temperatura global que hemos sufrido en los últimos 150 años (si no todo) tiene su origen en el incremento de la concentración de CO2 atmosférico, aunque desconozcamos qué porcentaje concreto del calentamiento se debe a dicho incremento.
3. El origen del incremento de la concentración de CO2 atmosférico es la actividad industrial del ser humano. Aunque emitimos una fracción pequeña del total de emisiones anuales de CO2 a la atmósfera, sabemos que la quema de combustibles fósiles es responsable del 100% del aumento del CO2 atmosférico. De hecho, el ser humano ha emitido suficiente CO2 como para que hubiese ya 560 ppm de CO2, pero la naturaleza ha reabsorbido alrededor de la mitad de esas emisiones.
Por tanto, existe un amplio (aunque no total) consenso científico en que el calentamiento global es real y está causado principalmente (y quizás totalmente) por la actividad industrial humana. Quienes afirman que dicho calentamiento no tiene nada que ver con el incremento de CO2 en la atmósfera, que los seres humanos no tenemos responsabilidad alguna en ello, o que ni siquiera existe el calentamiento, no sólo se sitúan fuera de ese consenso, sino que se alejan de la ciencia al ignorar los datos que lo demuestran.
Sin embargo, es cierto que hay dos cuestiones cruciales sobre las que no existe consenso alguno:
1. Cuáles son y serán las consecuencias del calentamiento global, qué efectos está provocando y provocará, en qué magnitud, y si el impacto neto para el ser humano está siendo y será positivo o negativo.
2. Qué políticas debemos implementar para paliar dichos efectos (si es que debemos hacerlo), es decir, si hemos de descarbonizarnos o no, a qué coste y cómo.
Ambas cuestiones son más que discutibles, y eso es precisamente lo que pretendo hacer. Inicio aquí una serie de cinco artículos para exponer mi punto de vista sobre el cambio climático: en este primero realizo algunas consideraciones sobre el catastrofismo asociado al cambio climático; en el segundo aclararé lo que realmente sabemos sobre la cuestión; en el tercero haré un repaso sobre el pasado, presente y futuro del cambio climático; en el cuarto analizaré hasta qué punto han fracasado las políticas implementadas para enfrentarlo; y, finalmente, en el quinto y último artículo explicaré qué alternativas existen a las políticas oficiales.
El fin del mundo en 2003
Aún conservo en buen estado una revista cuya cabecera desapareció hace muchos años: el nº 100 de Conocer la vida y el universo. Se publicó en mayo de 1991 y titulaba con grandes letras “Sólo quedan 5.000 días para salvar la Tierra”. Si mis cálculos no me fallan, hace unos veinte años que nuestro planeta debería haber sucumbido, y sin embargo aquí estamos, sin indicios de haber sufrido una catástrofe ni de que la vayamos a sufrir próximamente.
El titular hacía referencia a un estudio supuestamente científico y de nombre similar (5.000 days to save the planet) realizado en 1990, en el que se analizaba cómo afectaban al planeta determinadas amenazas (como el cambio climático, la explosión demográfica, los daños a los mares o el agujero de la capa de ozono) y se concluía con un cálculo (bastante arbitrario) sobre el tiempo de que disponía el ser humano para cambiar el rumbo de la civilización antes de que fuese demasiado tarde y el planeta se volviese inhabitable.
Por supuesto, el estudio no tenía carácter científico (sus autores eran cuatro militantes del movimiento ecologista), pero fue un buen ejemplo del incipiente catastrofismo resultante de mezcla de ciencia, política y medios de comunicación.
Seguramente aquel fuese el primer augurio catastrofista que leí en mi vida, a la tierna edad de 10 años, y recuerdo que ya entonces me impactó lo suficiente como para guardar como oro en paño aquella revista. A partir de ese momento no he dejado de leer o escuchar todo tipo de vaticinios climáticos, cada uno más aterrador que el anterior.
Examinemos algunos de ellos:
-En 1988 se pronosticaba que las Maldivas se hundirían en el Índico antes de 2018.
-En 2004, que desde 2020 el Reino Unido sufriría un clima siberiano.
Uno de los últimos ejemplos de catastrofismo mediático se publicó el pasado mes de diciembre, cuando la cadena SER publicaba que el polo Norte “puede quedarse sin hielo en sólo dos veranos”. Lo llamativo del caso es que el autor de la “noticia” ya había escrito en 2007 que “el hielo del Polo Norte podría desaparecer en 2020 si continúa el ritmo actual de deshielo”.
Podemos apostar con seguridad a que dentro de tres o cuatro veranos el polo Norte seguirá ahí. También el nivel del mar seguirá siendo prácticamente el mismo (tan sólo ha aumentado 20 cm en un siglo) y no se habrá hundido ninguna isla.
Todo esto no es ciencia, evidentemente, pero mucha gente lo toma como tal y da por hecho que estamos ante una catástrofe climática inminente, lo cual genera preocupación y ansiedad. Y a medida que pasa el tiempo y todas esas predicciones catastrofistas (que no tienen sustento científico alguno) se van demostrando falsas, crece el escepticismo de la ciudadanía respecto al cambio climático.
Catastrofismo y realidad
Aprovechándose de una sociedad con escaso pensamiento crítico y que rara vez tiene la iniciativa de contrastar datos e información, los medios de comunicación tienden cada vez más al sensacionalismo con el fin de ganar audiencia. Y la ganan porque, en el fondo, nos encanta el catastrofismo. De ahí que nos preocupen tanto los osos polares y su situación si se derrite el polo norte, pese a que ya vivieron sin mayores problemas hace 8.000 años (cuando no había hielo en el Ártico) y a que actualmente su población es mucho mayor que hace 50 años: en 1975 se estimaba en unos 10.000 ejemplares, mientras que hoy se calcula entre 22.000 y 31.000 ejemplares, según datos de la Polar Bear Specialist Group (PBSG) de la UICN.
Nuestra afición al catastrofismo también explica que tantos españoles estén preocupados por la desertificación del país, pese a que la masa forestal en España ha aumentado un 30% desde 1990, situándonos como el segundo país europeo con más superficie arbolada, sólo por detrás de Suecia. Y, a pesar de ello (y del mito catastrofista al respecto), los incendios forestales son menos frecuentes e intensos que en décadas anteriores:
Catastrofismo científico
El problema del catastrofismo se extiende incluso al ámbito científico. En los informes del IPCC sobre el calentamiento global se establecen distintas proyecciones basadas en escenarios que van desde los más optimistas hasta los más pesimistas. Estos últimos son tan poco probables (por ejemplo, que las emisiones de CO2 aumenten a un ritmo nunca visto antes) que el propio IPCC los califica de virtualmente imposibles, pero también son los más impactantes por su extremismo. Sin embargo, una gran parte de los estudios sobre el cambio climático (los que dan lugar a titulares alarmistas y artículos tan terroríficos como atractivos para la audiencia) están basados en esos escenarios inverosímiles.
Por supuesto nadie se responsabiliza de las predicciones fallidas sobre desastres globales que nunca suceden, ni se rectifica lo más mínimo, y mucho menos se pide perdón a la sociedad por el alarmismo gratuito. Al contrario: se reciclan las mismas predicciones y se posponen unas décadas (“¿no ha sucedido en 2010? Entonces sucederá en 2050; hacedme caso, que esta vez sí voy a acertar”).
Resulta curioso comprobar cómo antes del actual catastrofismo sobre el calentamiento global ya existía otro de signo contrario. En efecto, en la década de 1970 era frecuente escuchar advertencias sobre el papel de los aerosoles y la contaminación industrial en un posible enfriamiento global. Tras la intensa industrialización posterior a la segunda guerra mundial, la tendencia climática era de enfriamiento, lo que llevó a algunos investigadores a considerar seriamente esa posibilidad. No se trataba de un error fundamental de la ciencia, sino del estado del conocimiento y de las condiciones observadas en aquel momento. Entonces se señalaba como principal amenaza a los aerosoles y al dióxido de azufre emitido por las industrias pesadas, responsables de enfriar el clima y provocar lluvia ácida con consecuencias graves para los ecosistemas.
Con el tiempo, el enfoque cambió: la preocupación pasó del enfriamiento a un calentamiento global, atribuido principalmente a las emisiones de dióxido de carbono. Pero la hipótesis de una inminente glaciación recibió una atención mediática muy superior al consenso científico real de la época. La comunidad científica, de hecho, mostraba mayor prudencia a la hora de reconocer las limitaciones para predecir el clima a largo plazo.
Cabe destacar que las medidas emprendidas para reducir la contaminación atmosférica, combatir la lluvia ácida y eliminar gases altamente contaminantes tuvieron un efecto colateral: la aceleración del calentamiento climático, ya que el dióxido de azufre, pese a sus efectos nocivos, contribuía a enfriar el clima.
Si seguimos remontándonos en el tiempo, los pronósticos apocalípticos con base supuestamente científica comenzaron ya con Malthus, en el siglo XVIII. Fue él quien inauguró la sempiterna alarma por la superpoblación del planeta frente a unos recursos alimenticios limitados, desconociendo las mejoras que permitirían aumentar la producción de alimentos: mecanización agrícola, fertilizantes cada vez más eficientes, pesticidas para reducir plagas, variedades nuevas de cultivos… Las predicciones malthusianas se han estrellado desde el siglo XVIII porque no tienen en cuenta factores como la ciencia, la tecnología o la innovación. Sí, el planeta es finito y antes o después se agotará, pero no parece que eso vaya a suceder a corto o medio plazo, sino en un horizonte muy lejano (del orden de miles o incluso millones de años). Y probablemente la única solución ante ese problema será salir por fin de nuestro planeta, adentrarnos en el espacio interestelar y colonizar nuevos mundos.
©JRGA
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