Vigías del ocaso

    Aquellos nacidos antes de 1990 seguramente recordarán una serie creada por el gran Jim Henson y que marcó a mi generación: Fraggle Rock. La serie giraba en torno a unas curiosas criaturas que habitaban un mundo subterráneo lleno de túneles y cuevas, donde convivían en aparente armonía con otras especies igualmente peculiares. Entre éstas estaban los curris, pequeños seres extremadamente trabajadores que, en una extraña relación simbiótica, construían intrincadas estructuras con materiales comestibles de las que se alimentaban los fraggles.

    Curiosamente, y a pesar de compartir el mismo espacio, los fraggles y los curris apenas interactuaban. Los curris construían sin cesar, sin preocuparse de quién destruía sus obras ni del propósito de éstas, mientras los fraggles se limitaban a comérselas sin reparar en si su acción afectaba de algún modo a los curris. Aunque en algunos episodios se mostraba cierta interacción directa entre ambas especies, lo habitual es que ambas especies actuaran como si la otra no existiera

    Al ver la serie puede llamarnos la atención el hecho de que dos especies que conviven juntas puedan ignorarse mutuamente hasta tal punto, pero lo cierto es que nuestra propia sociedad también convive con varias especies animales que hacen su vida habitual junto a nosotros, en nuestros mismos pueblos y ciudades, y hacia las que mostramos una enorme indiferencia.

    Insectos, murciélagos, ardillas, gatos callejeros... y sobre todo aves. De entre todos los seres que nos acompañan día a día en nuestra ciudad, los pájaros son, sin duda, los más visibles: palomas, gorriones, cotorras o mirlos nos rodean constantemente aunque a menudo no les prestemos atención. Es más, probablemente ellos nos observen mucho más que nosotros a ellos. ¿Cuántas veces nos fijamos en los gorriones que, desde la distancia, nos vigilan en la terraza de un bar, esperando pacientemente el momento de picotear las migajas que caen al suelo gracias a nuestros aperitivos? No es tan raro que un mirlo nos salude alegremente con un breve trino cuando pasamos bajo la rama del árbol en la que está posado, ¿pero cuándo fue la última vez que reparamos en ello?

    El teletrabajo supone muchas ventajas para mí, y una de las más gratificantes es la posibilidad de observar a las aves de mi barrio a través de la ventana mientras llevo a cabo mis tareas. Les veo buscando comida, cortejando a sus parejas o transportando ramitas para construir nidos. En general hacen su vida de forma individual, cada uno a lo suyo...

    ... salvo cuando produce la puesta de sol.

    En ese preciso momento, que dura aproximadamente unos diez minutos, los pájaros abandonan sus rutinas habituales y se posan en las antenas de nuestras casas, como si hubieran acordado reunirse para contemplar el ocaso. Y ahí permanecen, inmóviles, hasta que el sol desaparece por el horizonte. ¿Por qué lo hacen? No tengo ni idea, y realmente no lo hacen siempre (en esta época de frío invernal apenas los he visto hacerlo), pero hace no mucho decidí capturar ese mágico momento en unas fotografías.

    Helas aquí:












©JRGA


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